Uno de los factores que más han contribuido al conocimiento de la obra de Peirce, que ha tenido lugar sobre todo a partir de los años setenta, ha sido, sin duda, la originalidad de sus ideas acerca de la semiótica. Para muchos, el nombre de Peirce está asociado a la semiótica, de la que se le considera uno de los padres fundadores. Este honor lo comparte Peirce con otra gran personalidad, la del lingüista ginebrino Ferdinand de Saussure. Quizá no se deba al azar el que ambos fueran estrictamente contemporáneos: más joven que Peirce (n. en 1839), Saussure, que había nacido en 1857, murió, sin embargo, un año antes que él (en 1913). Aunque de forma independiente, los dos fueron plenamente conscientes de la necesidad de desarrollar una ciencia que se ocupara de los complejos procesos sociales en que tiene lugar el sentido. Sin embargo, los dos parten de principios muy diferentes. Saussure es un lingüista que concibe una ciencia de naturaleza psicosocial que, aunque de alguna manera dependiente de la lingüística, debía ser más general, puesto que debía ocuparse de todo tipo de signos. Para esa ciencia, aún inexistente según su opinión, propuso el nombre de semiología.
Los presupuestos de Peirce son muy distintos. Él sabía que la ciencia de los signos, aunque no plenamente desarrollada, existía desde la antigüedad y tenía un nombre reconocido: semiótica. No se considera, por tanto, un inventor, sino más bien el explorador de un territorio desconocido casi en su totalidad (5.488). Heredero de esa tradición, la semiótica de Peirce está vinculada a la lógica, aunque sólo una transformación de la forma en que se había concebido la lógica podía hacer de la semiótica una disciplina con una personalidad diferenciada.
En la tradición de los estudios lógicos y retóricos, pero más concretamente en Aristóteles, es posible encontrar, bastante sistematizados, algunos de los antecedentes de la semiótica peirceana. Sin embargo, la tradición semiótica es mucho más antigua. Desde la más remota antigüedad, la interpretación de los signos estuvo vinculada a saberes de carácter práctico y, muy probablemente, a esa forma de inteligencia llamada metis. M. Detienne y J.P.Vernant han investigado en un hermoso libro1 el amplio campo de la metis, centrándose para ello, en la figura de la diosa del mismo nombre. Metis, primera esposa de Zeus, madre de Atenea, y que según Hesíodo "sabía más que todos los dioses y los hombres juntos", detentaba una forma de inteligencia y de saber que implica un conjunto complejo de actitudes mentales que combinan la sagacidad, la previsión, el sentido de la oportunidad y la experiencia. A ese tipo de saber están ligadas las habilidades del navegante, el cazador, el pescador, el estratega, o el médico, actividades todas ellas en las que el pensamiento conjetural a partir de los indicios que se encuentran en la naturaleza, son esenciales. Serán, a pesar de todo, los campos de la adivinación y la medicina los que ofrezcan una sistematización más homogénea de la terminología estrictamente semiótica2. Todas estas tradiciones, aunque por caminos diferentes, terminarían por vincularse con las artes discursivas de la dialéctica, la retórica y la lógica3, para las que se requieren conocimientos perfectamente sistematizables, pero también las habilidades y las artimañas propias de los individuos dotados de metis.
Los presupuestos de Peirce son muy distintos. Él sabía que la ciencia de los signos, aunque no plenamente desarrollada, existía desde la antigüedad y tenía un nombre reconocido: semiótica. No se considera, por tanto, un inventor, sino más bien el explorador de un territorio desconocido casi en su totalidad (5.488). Heredero de esa tradición, la semiótica de Peirce está vinculada a la lógica, aunque sólo una transformación de la forma en que se había concebido la lógica podía hacer de la semiótica una disciplina con una personalidad diferenciada.
En la tradición de los estudios lógicos y retóricos, pero más concretamente en Aristóteles, es posible encontrar, bastante sistematizados, algunos de los antecedentes de la semiótica peirceana. Sin embargo, la tradición semiótica es mucho más antigua. Desde la más remota antigüedad, la interpretación de los signos estuvo vinculada a saberes de carácter práctico y, muy probablemente, a esa forma de inteligencia llamada metis. M. Detienne y J.P.Vernant han investigado en un hermoso libro1 el amplio campo de la metis, centrándose para ello, en la figura de la diosa del mismo nombre. Metis, primera esposa de Zeus, madre de Atenea, y que según Hesíodo "sabía más que todos los dioses y los hombres juntos", detentaba una forma de inteligencia y de saber que implica un conjunto complejo de actitudes mentales que combinan la sagacidad, la previsión, el sentido de la oportunidad y la experiencia. A ese tipo de saber están ligadas las habilidades del navegante, el cazador, el pescador, el estratega, o el médico, actividades todas ellas en las que el pensamiento conjetural a partir de los indicios que se encuentran en la naturaleza, son esenciales. Serán, a pesar de todo, los campos de la adivinación y la medicina los que ofrezcan una sistematización más homogénea de la terminología estrictamente semiótica2. Todas estas tradiciones, aunque por caminos diferentes, terminarían por vincularse con las artes discursivas de la dialéctica, la retórica y la lógica3, para las que se requieren conocimientos perfectamente sistematizables, pero también las habilidades y las artimañas propias de los individuos dotados de metis.
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